Texto leído en las audiencias públicas sobre papel para diarios en la Cámara de Diputados
por Irene Haimovichi
Con algunas improvisaciones que surgieron en el momento (pasé por alto el saludo inicial, hablé sobre cómo se traspasaba el conocimiento en las redacciones desde los mayores a los más jóvenes e hice una breve referencia a Rodolfo Walsh en el final) esto es lo que expuse el jueves 23 de septiembre por la tarde en las Audiencias Públicas de la Cámara de Diputados. El texto fue escrito en co-autoría con Gabriel Wainstein.
Buenas tardes a todos los presentes: diputadas, diputados, a los trabajadoras y los trabajadores del Congreso, a las ciudadanas y ciudadanos que se acercaron para escucharnos, a los colegas presentes.
Como verán vine acompañada por Mabel Remón que va a oficiar de intérprete de Lengua de Señas. Le pedí a Mabel este favor porque soy mamá de Ana, una nena hipo acusica que necesita de este lenguaje para comunicarse, como ocurre con tantos otros argentinos. Aprovecho la oportunidad para decirles que es necesaria una ley que considere al lenguaje de señas como un idioma reconocido por el estado argentino, es una deuda que el Congreso de la Nación tiene con la comunidad sorda.
Pero este no es el tema que me trajo aquí, aunque también se trata de la comunicación y del acceso a la información. Vengo a hablarles como trabajadora de uno de los grandes medios periodísticos del país, vengo también porque soy delegada gremial de los trabajadores de ese medio, y vengo también como integrante de la agrupación La Gremial de prensa. Desde estos lugares que me tocaron y elegí en la vida es que quiero aportarles un punto de vista más sobre el tema del papel para diarios.
Hace dieciséis años que trabajo como diagramadora del área suplementos en el diario La Nación. Mi familia y yo pudimos transitar los 90, década del neoliberalismo rabioso, los años del gobierno de De La Rúa y la crisis que estalló en 2001, gracias a mi puesto en el diario centenario.
Quienes vivimos de un sueldo generalmente no podemos elegir que patrón nos paga, somos asalariados que buscamos la manera más digna de llevar adelante nuestras vidas. Quienes tenemos oficios vinculados a la comunicación: periodistas, reporteros gráficos, diagramadores, ilustradores, correctores, así como quienes trabajan en temas administrativos específicos de los medios periodísticos: circulación, avisos, entre otras especialidades, hemos visto como, en los últimos 20 años, se fueron cerrando o achicando nuestras opciones de empleo al ritmo de la concentración de los medios en pocas manos. El crecimiento del monopolio fue paralelo al cierre de numerosas empresas periodísticas: Editorial Abril, el diario La Razón (el original, de la calle Hornos), el diario Sur, ediciones de La Urraca (responsable de la mítica Humor), son solo algunos ejemplos. Fruto de este achicamiento se redujeron las posibilidades de empleo para los trabajadores de prensa. Una de las consecuencias directas de la concentración de medios en pocas manos fue la pérdida de nuestros derechos laborales.
Me eduqué en un hogar donde prevalecían valores como la solidaridad, la justicia social y los derechos humanos con un profundo sentimiento de argentinidad. Por estos valores y porque veía como se profundizaba el modelo neoliberal en mi lugar de trabajo, es que hace tres años me presenté a elecciones con la decisión de incorporarme a la comisión interna del diario La Nación. Me animaban dos objetivos: el primero, defender los derechos de los trabajadores del diario; el segundo, intentar instalar otra voz que contrarrestase la del discurso patronal que editorializa a diario dentro de las cabezas de los laburantes.
Viene a cuento de esta forma de editorializar que el viernes anterior al anuncio que hizo la presidenta Cristina Fernández sobre la investigación de papel prensa, la empresa envió un mail a TODOS sus empleados con un texto similar al que publicaría en tapa junto con su socio el diario Clarín, el día de dicha presentación. Ese martes 24 de agosto, mientras se esperaba el anuncio sobre papel prensa, en la redacción se vivía un clima de tensa espera, a la angustia que se venía instalando con cada despido se sumaba el desconcierto por lo que “nos iba a pasar” después de que hablara la presidenta. La hipótesis que circulaba por los pasillos con más rating era: “ahora si que nos quedamos todos en la calle”. Acá está para que ustedes mismos vean una copia impresa tal cual la recibí en mi casilla de mail del diario.
De la flexibilización instaurada en la década del 90 quedó instalado en la conciencia colectiva un miedo profundo a la perdida del trabajo. Este temor por ahí no está tan arraigado en los más jóvenes, pero es muy fuerte en los de más de 35 años. En esto hay una trampa, Los más grandes, que son quienes por edad ya tienen menos posibilidades de reinserción, se inmovilizan frente a los avances de la patronal sobre sus derechos. Son ellos quienes guardan en su memoria el conocimiento de las leyes que regulan nuestra actividad, y quienes peor se las ven a la hora de defenderlos. Los más jóvenes llegan sin ningún tipo de formación o información sobre el estatuto del periodista y nuestros convenios colectivos. Desconocen sus derechos y aceptan las condiciones que imponen las patronales creyendo que es el mercado quien regula nuestros oficios (entiéndase por mercado también lo que opinan las patronales). Entonces la reducción del mercado laboral nos deja entrampados frente a las patronales y para subsistir como trabajadores terminamos convirtiéndonos en mujeres y hombres orquesta.
Como si esta realidad no alcanzase, las patronales de los medios concentrados iniciaron hace algunos años un plan de reducción de sus dotaciones que aún no termina y que les permite maximizar sus ganancias a costa de nuestros derechos laborales y nuestra salud física y psíquica (son frecuentes en la redacción del diario La Nación los ataques de pánico, el síndrome vertiginoso, desmayos por estrés, taquicardias, y sigue la lista). La excusa que en un principio esgrimieron los empresarios para poner en marcha este plan, fueron los cambios tecnológicos; después, cuando la tecnología ya había arrasado con buena parte de los puestos de trabajo, la excusa fue la disminución de las ventas a nivel mundial de los diarios impresos; cuando se vio que esto no justificaba tanto achique fue el momento de la crisis internacional. Los pretextos cambian pero las políticas no: alargar los horarios, apretar el ritmo de trabajo, no pagar horas extras y hacer tabla rasa con el estatuto del periodista y los convenios colectivos que regulan nuestros derechos como trabajadores, están a la orden del día en las agendas de los empresarios periodísticos.
La concentración mediática y el achicamiento del mercado de trabajo son funcionales a esta política. Una gran parte de los trabajadores no se anima a oponerse por miedo a quedar en la calle. Hace una década Clarín despidió a su Comisión Interna junto a un centenar de trabajadores. En diciembre de 2008 Canal 13 despidió a dos delegados, la semana pasada delegados de distintos medios junto a militantes de la comunicación, acompañamos hasta la puerta del canal a estos compañeros y vimos como, pese a tener un fallo favorable de la justicia, la patronal les impidió reincorporarse a sus puestos de trabajo. En 2009 La Nación desconoció los derechos de dos delegados recientemente elegidos y los despidió. Este tema todavía está en la justicia.
Los trabajadores que desafían el miedo y participan en las asambleas sufren diversas formas de hostigamiento y persecución. En La Nación desde 2008 hay un plan de despidos en marcha. Empezaron por la administración, de donde despidieron a 30 trabajadores y “fueron invitados a desvincularse” otros 70, aproximadamente. Este año siguieron por los gráficos, sumando 28 trabajadores más en la calle. En la actualidad la guadaña llegó a la redacción, dónde van unos 12 compañeros despedidos. Ya durante el conflicto del año pasado mandaron telegramas de apercibimiento a los redactores y diagramadores que participaban de las asambleas en el quinto piso, donde está la redacción. La empresa pretende enviar las asambleas a un reducto aislado en el cuarto, dónde no molestamos. A esto se suman las amenazas veladas o directas de algunos jefes y secretarios. Hoy, casualmente, los despedidos son en su mayoría compañeros que participaban de las asambleas. La empresa habla de unos 40 despidos, sin tener en cuenta las prejubilaciones con las que se expulsa a los mayores de 54 años, en una verdadera discriminación etaria. La situación es más compleja, la empresa no reemplaza tampoco a los prejubilados, el achique es por todos lados menos por el de las tareas que cada día son más, los periodistas escriben una nota para el diario impreso, la reeditan para el online, reportean cámara en mano y después editan ese material también para ambas plataformas, hacen columnas en video para subir a la web, y más.
Y acá vuelvo a lo que les contaba antes sobre el clima en la redacción el 24 de agosto. Los despidos que se producían de a uno o dos por semana habían parado hacía unos 15 días. El 25, el día siguiente al anuncio, tuvimos una reunión de comisión interna con recursos humanos. Preguntamos como afectaría a los trabajadores el tema papel prensa. Los ánimos estaban distendidos, la presión había bajado notoriamente: Nada, díganle a la gente que no se preocupen, esto no los afecta. Fue importante ser socio de papel prensa para pasar la crisis. Ahora a lo sumo se deberá comprar parte del papel afuera. ¿Y los despidos? ¿Pararon? ¿Algo los hizo cambiar de idea? Preguntamos. No, no, siguen, solo fue un impás mientras quedaba claro qué pasaba con papel prensa, ahora van a continuar. Efectivamente, pocos días después fueron despedidas dos compañeras más.
¿Libertad de prensa? ¿Qué libertad de prensa puede haber en medios donde los periodistas carecen de libertad de conciencia? ¿Dónde el delito de opinar diferente a la patronal es castigado con el despido? ¿Dónde se vulnera el derecho a participar democráticamente de la vida gremial?. La empresa usa el eufemismo reestructuración y dice que son despidos puntuales. En realidad buscan homogeneizar las ideologías y maximizar las ganancias. ¿Prensa libre? ¿Prensa independiente? La única diferencia con los regímenes totalitarios parece ser la optimización del lucro, como en las dictaduras las disidencias son igualmente acalladas. No nos envían al frío de Siberia sino al desamparo de la desocupación. En cuanto a la libertad de expresión, habría que evaluar cuanta libertad de expresión se ejerce realmente en las redacciones de los grandes medios.
A esta situación que acabo de describir se suma la aparición de diarios que a poco de andar desaparecen y dejan en la calle a más de cien trabajadores, como es el caso de Crítica. Otra vez el temor a quedarse en la calle es el que termina conquistando el pensamiento y la capacidad de análisis, el temor al desamparo domestica las conciencias. ¿Alguien puede cuestionar este temor? En plena crisis del 2001/2002 escuche decir a alguien: entre un cartonero y un trabajador hay solo un papel de distancia, ese papel es el telegrama de despido. De alguna manera, con un índice de desocupación que se ha reducido en mucho, esa frase sigue vigente para muchos compañeros de prensa.
Pero ante todo, todos nosotros, los que hacemos a diario los diarios, las radios, la televisión, somos laburantes que quedamos in visibilizados, acallados o camuflados con las patronales y que merecemos, como cualquier trabajador, que se nos respete, que no se avasallen nuestras convicciones personales, que se nos asegure la continuidad del empleo, la posibilidad de vivir dignamente haciendo lo que sabemos hacer: medios periodísticos.
Ahora ustedes se están preguntando ¿qué tiene esto que ver con el precio del papel? Tiene tanto que ver como cualquier tema que afecte a la libertad de prensa, la de poder ejercer el oficio de periodista sin censura.
Los diarios, las revistas, en fin la prensa impresa, requieren de dos materias primas básicas: la producción intelectual de los periodistas es una, la otra es el papel. Los trabajadores necesitamos que se declare al papel para medios periodísticos como de interés público. El acceso al papel para la prensa gráfica debe ser democratizado para democratizar la información. Porque necesitamos más medios periodísticos para que haya más trabajo, y necesitamos más fuentes de trabajo para que haya más y mejor información, mayor pluralidad de voces, porque todos los argentinos necesitamos que los trabajadores de prensa no vivan aterrorizados por el miedo al despido, porque necesitamos un marco de libertad que nos permita ejercer nuestra profesión con dignidad. Papel para todos es más democracia en la producción y distribución de la información.
Por eso creo que el papel para diarios debe tener un precio igualitario y ninguna patronal puede imponerle a otra un precio más caro que el que fija para si. Y es el Estado Nacional el que debe garantizar un precio igualitario de acceso al papel y son los representantes del pueblo quienes deben darle esta potestad a través de una Ley.
Por eso estoy acá, para mostrarles otro punto de vista, el de una trabajadora de los medios gráficos y para apoyar la iniciativa enviada por la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner a este congreso para declarar de utilidad pública la producción y distribución de papel de diarios.
No vine acá sin miedo. Nadie está exento del temor. Cuando me hablaron de esta posibilidad me pregunté si esta intervención no me llevaría a integrar la lista de despidos. No estoy en condiciones de prescindir de mi sueldo, pero mi conciencia ciudadana, mis convicciones más profundas me impulsaron a venir para presentarles esta información y expresarles a ustedes mi sincero punto de vista.
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