por Mario Rivas
En el 2001 una amiga con parientes en Santa Cruz nos hablaba a mi mujer y a mi maravillas de Kirchner. «Estoy enamorada de ese tuerto maravilloso», nos decía, «vieran las cosas que ha hecho por su pueblo». Yo no le daba bola. ¿Quién era ese Kirchner? ¿Cómo decís que se pronuncia?
Después vendrían las elecciones del 2002, la defección de la rata y el tal Kirchner fue el Presidente. Venía de la mano de Duhalde y eso no era el mejor blasón, digamos. Pero entonces, aquel 25 de Mayo del 2003, escuché su discurso de asunción. Ahí por primera vez dije: «este tipo está diciendo lo que yo siento». En casa nos habíamos juntado con varios amigos en la terraza a comer el locro patrio. Nadie me dió pelota para bajar a escuchar el discurso. Nadie me dió pelota cuando subí con una extraña alegría en el alma. «Los peronistas tienen un optimismo insuperable», me dijo ayer otra amiga y algo así me deben haber dicho aquél día.
Luego vendría la historia conocida, con sus luces y sus sombras: política.
Pero vaya si este flaco destrazado hizo cosas y cumplió con lo prometido aquél 25 de Mayo. Cristina llegaría a refrendar y profundizar el rumbo. Para ese entonces yo ya no tenía dudas: era el mejor gobierno que me había tocado vivir.
Pero lo que para mi es evidente para algunos de mis amigos no. No quieren ver o no pueden. A algunos les aflora un gorilismo que tenían solapado bajo capas de «progresismo». Otros tienen internalizado, aunque lo nieguen, el discurso falaz de los medios.
Un ejemplo: algunos analistas de increíble superficialidad reducen aquel encuentro en Mar del Plata en que se sepultó al ALCA con el argumento infantil de que Kirchner se le plantó al presidente de los Estados Unidos «porque la popularidad de Bush estaba en baja». Qué liviandad, qué necedad. Otro amigo me decía, a pocas horas de producido el deceso: «Yo no le perdono lo que hizo cuando fue gobernador». Y sí, en Santa Cruz lo odiaban, no podía salir ni a la calle, al menos eso decían los medios. Su sepelio allá, su increíble sepelio allá al igual que el de Casa Rosada, fue un rotundo mentís a eso. ¿Pero cómo, no era que lo odiaban en Santa Cruz? ¿Y esa multitud que fue a despedirlo? ¿Fueron por el sánguche y la Coca? «No», responden, «fueron por un plan Trabajar». ¿Qué parte del cerebro no les funcionará para negar así la realidad? Vaya uno a saber.
Pero no quería hablar de esto.
Hoy quería recordar al Flaco y su permanente desacartonamiento. Ese saco cruzado que siempre usaba abierto (¡horror del buen vestir y la elegancia! Bueno, Cristina siempre se lo reprochaba también, sin poder lograr nada); sus mocasines que no encajaban en ningún protocolo; esa manera de escaparse de la custodia y sumergirse como rockero en la marea humana que lo rodeaba; aquel inolvidable jugueteo con el bastón de mando de la República cuando recibió la banda presidencial.
Debo reconocer que no siempre me cayeron bien estas actitudes, uno también está formado en cierta rigurosidad de las formas a qué neggarlo. Pero finalmente comprendí que no eran imposturas y que eran parte de su personalidad. Los chicos, los jóvenes a quienes demostró que la política no era una mala palabra, lo entendieron mucho más rápido. Y en estos días lo han demostrado llorando al hermano mayor que les había enseñado el rumbo.
Hugo Chávez, al llegar al país para participar de las exequias, contó una anécdota: estaban él y Néstor en Venezuela resolviendo el conflicto con Colombia. Cristina los llamó y les dice: «Tú con esa choba tricolor y Néstor con esa corbata azul y el traje abierto parecen unos locos». Y sí, algo de loco tenía que tener este Flaco para plantarse como lo hizo a los poderosos de aquí y de afuera. Para cambiar este país de la manera fundamental en que lo hizo. Fuera de protocolos y formalidades que sólo han servido para mantener el status quo de los que nunca cambiaron nada.
Y en lo personal hubo un dato, una insignificancia que hizo que Néstor se metiera para siempre en mi corazón.
Soy un amante de las plumas y de los papeles, puedo pasarme horas eligiendo un papel o comparando el trazo de distintas lapiceras. A pesar de eso amo a las Bics, nuestras más queridas biromes. Una Bic, trazo grueso, es como una morocha argentina: hay que usarla un tiempo para que te de la mejor tinta de su entraña. Hay que domarla, digamos. Pero nunca te va a dejar a pata, nunca se va a trabar y si eso sucede con un poco de calor de tus manos se soluciona el asunto. Son una maravilla, con el agregado de que si la perdés en cualquier kiosco te comprás otra. Una maravilla al alcance de todos.
Por eso cuando lo veía firmar los decretos presidenciales con una simple y humilde Bic no podía menos que emocionarme. Para mi era el triunfo de la practicidad sobre la elegancia, de lo fundamental sobre lo accesorio. Y una reivindicación personal, cómo no.
Hoy la historia de este país la estamos escribiendo con una Bic, ya habrá tiempo para las filigranas que puedan ofrecer plumas más delicadas.
Pero les digo una cosa, y se los digo con conocimiento de causa, las tintas de las Bics son indelebles.
[…] This post was mentioned on Twitter by El Ojo con Dientes, El Ojo con Dientes. El Ojo con Dientes said: Cantata a la Bic: http://t.co/J4LkBLX Mi humilde homenaje al Flaco que vivirá por siempre en nuestros corazones. […]
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