por Astrid Riehn
Acabo de comprar en el chino de la esquina. Los bay biscuits, el Camellito y el Vívere pasaron sin problemas con el código de barra, pip. Cuando llega el turno de las galletitas de arroz, la cajera teclea el código de forma manual y en la pantalla de la caja aparece, bien grande, en letras mayúsculas, «COSA NUEVA».
Hay cierta economía del lenguaje que resulta francamente encantadora.