por Jorge Felippa
Pongamos que hablo de un amigo, casi un hermano de la vida. Todos le decimos el Gringo. Él no terminó el secundario que hacía en el industrial Cassaffousth. Pero tenía y tiene una habilidad manual casi innata para resolver cuestiones como instalar un calefón, soldar una reja, desarmar un televisor, y cualquier desperfecto de un auto. Porque el Gringo armó y desarmó por lo menos los veinticinco autos que tuvo en su vida.
Con eso se ganó el puchero: comprando y vendiendo repuestos para autos. Fue un comerciante próspero del Boulevard Las Heras, se casó con la única novia que tuvo en su vida y tuvieron dos hijos. De uno de ellos les quiero hablar, más abajo. Falta saber que la mujer del Gringo padecía el síndrome de la Nannis, la mujer del “Pájaro” Caniggia: le patinaba la guita que entraba diariamente al negocio en todas las boludeces que ofrecían por la tele. Ni qué decir cuando abrieron los Shopping. Los orgasmos que habrá tenido en ellos, no quiero imaginarlos. Se separaron, por suerte, dijimos los amigos, cuando el Gringo le cortó el chorro. El negocio venía en cuesta abajo pero el daño ya estaba hecho.
Acorralado por los acreedores, con lo que había intentando que le tiraran algún salvavidas, estos buenos muchachos de modales cuasi mafiosos, le vaciaron el negocio un fin de semana y el Gringo debió esconderse varios meses. Desde entonces, la culpa de su desgracia se la echó a los gobiernos de turno, y a “los negros de mierda” que le habían arruinado la vida.
Para entonces los hijos del Gringo eran unos chicos malcriados, pésimos alumnos que tampoco terminaron el secundario. Desde entonces, unos diez años atrás, repiten la letanía del padre como un mantra que les evita preguntarse por los límites que separan a un tipo honesto de un “buscavidas”: esos que hacen de la “transa” un modo de supervivencia con una sola filosofía: hoy por mí, y mañana también.
De tanto pichulear aprendieron casi todas las mañas con las que te educa la calle. Siempre compraron y vendieron de todo, y por zurda. Hasta ahora les ha ido mejor que al Gringo. Los dos vendieron muy bien su bragueta, a señoritas con padres de fortunas respetables, siempre y cuando uno no pregunte demasiado por su origen.
El mayor, pongamos que se llama Ezequiel, es el que cayó mejor parado. La madre de su novia tiene un spa en los alrededores de la Plaza San Martín. Atienden de lunes a viernes y su clientela son los funcionarios que vienen del interior, los viajantes de pelo y medio, turistas extranjeros y legisladores locales que precisan unos masajes reparadores a la agotadora tarea de servir a la provincia.
Digamos que la señora la junta con pala y desde siempre, se maneja con billetes verdes. Y como no los puede guardar en ningún banco, los presta a quienes andan apurados por invertir en algún pool de siembra, en un fideicomiso inmobiliario, o por acreedores tan delicados como los que le vaciaron el negocio al Gringo.
En esa cueva, disfrazada de spa, atendida por señoritas que Tinelli quisiera para su Showmatch, encontró laburo Ezequiel. Es un arbolito delibery que te procura los blue que necesitás. Por estos días, el pibe anda a mil por la city cordobesa pero sin embargo le queda tiempo para explayar su delicado pensamiento en su página de Facebook. Como muestra les dejó un botón y ustedes agreguen los adjetivos que este muchachito se merece.
“Cristina y la PMQTP. Este fin de semana me cagué de frío en el dpto porque se rompió la calefacción central, y no se consigue el repuesto porque es importado, y el culiadazo de Moreno no lo deja entrar. Yegua corrupta”.