Una publicación efímera, como todo

La infancia perdida, la infancia prohibida

In Educación, Opinión, por Caty Giménez on 15 agosto, 2012 at 11:19

por Caty Giménez

Creo que cuando yo era niña, era más fácil ser niña. Es decir, no había tantas elucubraciones con respecto a lo que me correspondía hacer y lo que no me correspondía. Bueno, tampoco tan así. Porque recuerdo que me rebelaba ante algunas situaciones que me parecían injustas. Cosas que me decían que no podía hacer porque aún era pequeña y otras que se suponía que sí tenía que hacer y que me parecían soberanas paparruchadas.

Así que cambio la frase y pongo, “Cuando yo era niña, era menos complicado ser un niño”.

Porque los chicos de ahora no la tienen tan fácil, empezando porque los han escolarizado desde muy chiquitos. Entiendo las razones, pero no las comparto. Porque en definitiva tiene que ver con que tampoco los padres de ahora la tienen regalada, y deben trabajar el doble de lo que lo hacían mis viejos para más o menos poder tener algunas ventajitas materiales.

Voy caminando por las callecitas de mi barrio, porque tengo la suerte de vivir en el mismo en el que nací y me crié, y mientras pateo las hojas de los árboles que están en las amplias veredas de Junior’s , me doy cuenta de que son las 19.00hs y no hay chicos en la calle jugando, ni andando en bicicleta.

No hay chicos jugando al viejito, ni a las escondidas, ni a la mancha venenosa. O chicas sentadas en las verjitas esperando ver pasar al pibe de sus amores. Ni las señoras barriendo las veredas. Es el primer calorcito de agosto y el barrio está casi desierto.

Tampoco se juega ya más al carnaval a baldazos, ni se trepa a los árboles vecinos. Casi nadie se saluda, casi nadie se mira, casi nadie se conoce.

Es difícil una infancia en las cárceles del alma. Es difícil ser niño cuando no hay quien te escuche de verdad, pero en serio. Que se sienten a escucharte.

Ni siquiera las abuelas ya vienen como las de antes. Me pienso a mi misma de aquí  a unos años como nona y me digo que qué voy a salir a jugar con mis nietos si me van pateando la jubilación cada vez más lejos y  tengo que laburar. Eso sí, tengo mis buenas ideas de lo que voy a hacer cuando llegue ese momento… Cómo que no quieren tener hijos???!!!

Ahí aparece otro gran tema gran del hipermodernismo. Muchos de los jóvenes de ahora no quieren tener hijos. No los culpo, porque si los van a tener que parir para después dejarlo en una guardería y a los 3 años mandarlos a la escuela y pensar en este mundo violento, con calles vacías de juego…

Si voy a tener un hijo para que esté encerrado en un departamento sin que pueda salir a andar en bici solo, realmente lo pensaría varias veces.

Porque después viene enviarlo a la escuela, que ya sabemos cómo están, donde tampoco va a poder jugar demasiado porque cada vez hay menos espacios para jugar y docentes que se banquen chicos corriendo y gritando en el  patio, porque ahora se usan los “recreos inteligentes”, en los que los chicos se sientan a jugar juegos de mesa. Que no están mal, pero lo hacen en el departamento porque no tienen patio.

Y está lo de la tarea, que cuando era chica me la daba y corregía la maestra, que si te tocaba la seño Aída, agarrate Catalina! Que era bien exigente… Ahora la tarea se la dan y corrigen los padres, que además investigan o buscan dónde pueden los chicos encontrar lo de la atmósfera pregunta 1, que no sale en el manual, y los componentes de la atmósfera, pregunta dos que tampoco sale en el manual, porque se vio en el año anterior. Y ves que no sabés nada, mami!!  A mi seño no le gusta que dividamos así, entendés?!  Y bueno, pero es más fácil, a mi me la enseñó así mi maestra y mirá cómo no me la he olvidado, eh?…Y empieza la lloradera porque no es ni remotamente el método de la resta. Lo que antes hacía yo sola y sin dramas (a lo sumo como mi hermana, que no se sabía las tablas y como quien no  quiere la cosa en la cocina,  en voz alta decía “4x 9”  y mi nona revolviendo el estofado, contestaba), se convierte en un campo de guerra en el que las víctimas van rotando de padres a hijos según las circunstancias.

La infancia es diferente, ha cambiado, dirán algunos, no se ha perdido. Sí, de alguna manera es así. Como todo lo que cambió. Lo que se llevó el acelere del siglo XX y nos ha dejado de pronto empantanados en el XXI con más preguntas que respuestas. Hay que acomodar los tantos de nuevo.

Conste que no digo que todo tiempo pasado fue mejor, porque en eso no creo. NO creo en el pasado y no creo en el futuro, al menos no como condicionantes de mi vida. En eso aguante mi lado zen, diría una amiga. Así que no es una reflexión nostalgiosa de los niños con balero y las  nenas con enormes moños en el pelo. Digo que es cada vez más difícil  ser un niño en el mundo de hoy.

Y tanto lo debe ser, tan grande es el hueco que se siente por la niñez perdida, que se prolonga hasta más allá de los 30 años (en algunos casos muchos, pero muchos más) en  lo que se ha dado a llamar Síndrome Peter Pan.

¡Ah! Maravilloso nombre. Y maravilloso síndrome. Si no fuese que padecerlo deja a nuestros hijos sin adulto.  Iba a poner y sin padres. Pero siguiendo con la línea de análisis diré, con padres diferentes a los que nos marcaron teníamos que ser.

En este contexto hay muchas cosas que han cambiado. Menos las ganas de jugar de los chicos. Ahí está una parte del problema y es que tienen menos tiempo para jugar, tiempo reloj y tiempo etario. Entre tantas cosas que un niño tiene que hacer  a los 6 años el tiempo de juego se reduce. Sumale que muchos de esos juegos son individuales frente a un monitor, llámese PC o televisor. Poco tiempo para el juego compartido y poco espacio. Casi todos vivimos en departamentos. Y ni hablar de ir a un parque o a una plaza porque se caen de la mugre y es bastante complicadito.

En el gym una mamá contaba que menos mal que había conseguido anotar a sus hijos dos veces por semana en inglés,  además de las clases de violín,  así le quedaba un respiro para hacer un poco de pilates. Y no es que fuese una madre ausente. Pero el resto de los amiguitos de sus hijos tienen ese ritmo de vida y ella empezó por imitarlo.

Ojo al piojo. Eso tampoco es nuevo. Yo volví loca a mi madre para que me llevase a danza, a piano y a cuánta cosa veía que me fascinaba. La pobre se pasó varias noches cosiendo lentejuelas durante años a mi vestuario del teatro. Pero a mí me gustaba, yo se lo pedía. Y yo abandonaba cuando quería. Me dirán que es una necesidad, que peor es que el chico esté solo. Y es cierto. Como también que cada madre tenga su propio y personal tiempo. Es imprescindible que lo tenga, además de sano. Lo que digo, así, reflexionando, es que se nos está yendo la mano un poco con esto de organizar la agenda de nuestros hijos.

Lo que llevaría a otro tema, pero esto es una nota no un tratado y el fenómeno del niño con múltiples obligaciones lo dejaremos para otra

Hay niños muy tristes, muy cansados que se nos duermen en las escuelas. Hay otros muy tristes y muy cansados que también se nos duermen en el aula y por motivos bien diferentes. Trabajan o no comen o son víctimas de violencia familiar, o están mucho solos, o muchas horas en la computadora.

Hay niños que son muy agresivos y otros demasiado sumisos y tímidos de los que también se teme la reacción que puedan tener.

Hay niños que tenemos que atender, a los que les tenemos que prestar atención y volver a querer de otra manera menos sofisticada y menos “teraeupetizada”, término que no existe en absoluto pero debiera…

Es difícil encontrar el equilibrio, pero es una tarea pendiente.

Y sé que algunos dirán que también esto de la niñez es un concepto muy nuevo y que en la antigüedad y en la Edad Media los niños la pasaban peor. Lo sé. Pero es de necio querer retroceder en hechos que resultaron logros.

Nos hace falta tomarnos tiempo para escuchar a los niños que tienen más para contar que un montón de adultos que conozco. Más y de mejor calidad, porque suelen ser bastante sabios (tal vez porque los adultos nos quedamos en la etapa de Peter Pan).

Y como en todos estos temas que venimos tratando, todo depende del color del cristal con que se mire, va esta fábula de Monterroso:

EL GRILLO MAESTRO

Allá en tiempos muy remotos, un día de los más calurosos del invierno el Director de la Escuela entró sorpresivamente al aula en que el Grillo daba a los Grillitos su clase sobre el arte de cantar, precisamente en el momento de la exposición en que les explicaba que la voz del  Grillo era la mejor y la más bella entre todas las voces, pues se producía mediante el adecuado frotamiento de las alas contra los costados, en  tanto que los Pájaros cantaban tan mal porque se empeñaban en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano del cuerpo humano  menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos.

Al escuchar aquello, el Director, que era un Grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la Escuela todo siguiera como en sus tiempos.

  1. siempre la infancia se rememora como paraiso perdido. Hasta mi hija, que es una pendeja, que nacio ayer nomas, habla de altri tempi. DIria como en las palabras de Borges a Lafinur, su antepasado, que a los niños de hoy que «le tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir.»

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