Una publicación efímera, como todo

La perinola y mi participación en el Cordobazo

In Apuntes rápidos, por Mario Rivas on 21 agosto, 2012 at 9:30

por Mario Rivas

dedicado a @eldedoacusador

Yo insisto en que fue durante el Cordobazo. Pero no. Fue dos años después, durante otra revuelta popular que se llamó «El Viborazo». Pero tengo que sacar cuentas, recordar mudanzas, comprender que durante El Cordobazo yo tenía sólo siete años. Para el Viborazo ya tenía nueve años, todo un hombre.

La cuestión es que para esa fecha mi abuela Lila ya vivía en Córdoba, en la calle Obispo Trejo 354, una casona donde años después funcionaría el local del Comité Provincial del Partido Comunista. Ahora es la entrada al Patio Olmos, un shopping.

Para  los que no son de Córdoba: Obispo Trejo es la calle de la Univerdidad, del Colegio Monserrat y  de la Compañía de Jesús, una hermosa iglesia hecha por los jesuitas -es un decir: hecha por los aborígenes y negros bajo la dirección de los jesuítas-. Esta iglesia tiene la particularidad que como al que se la habían encargado no tenía idea de cómo construir un templo, ya que era constructor de barcos, su techo es el fondo de un barco invertido. Hermosa, no dejen de visitarla si pasan por esta ciudad.

En la calle Obispo Trejo está la Facultad de Abogacía, lugar desde donde cada año salen cientos de «doctores» para engrandecer este país. Al frente durante años funcionó el Rectorado de la UNC y está la Biblioteca de la Universidad. Ahí todavía se encuentra la puerta que golpeaban los estudiantes en 1918 produciendo el hecho más importante que dió esta ciudad y por el cual se nos conoce en el mundo: la Reforma Universitaria.

Bueno, la casa de mi abuela estaba en la otra cuadra de estos históricos lugares. Mi hermano y yo pasábamos mucho tiempo en casa de mi abuela, sobre todo cuando mi vieja caía en cana, que era por lo menos dos veces cada tres años: el Buen Pastor -hoy también paseo de compras- era la cárcel de mujeres y quedaba cerca. Ahora que lo pienso: mi abuela después se mudó a la calle Obispo Oro, justo frente al Buen Pastor. Hermosa casa también, desde pude ver «en vivo y en directo» la fuga de las erpianas, hecho que sale en El Libro de Manuel de Cortázar.

Volviendo a la casa de Obispo Trejo 354. Desde ahí, escapándome un poco, pude ver cuando a la rotonda que era la plaza Velez Sarsfield la trasladaron a un costado. Recuerdo una enorme grúa elevando la estatua del Doctor por los aires, todo encadenado para ponerlo en su nuevo pedestal. Con mi hermano hacíamos fuerza -de dañinos nomás: ni idea teníamos de quién era Velez Sarsfield– para que se cayera al asfalto y se partiera en mil pedazos. Pero no sucedió y la rotonda fue un recuerdo. Córdoba progresaba cambiando de lugar a sus estatuas y yo fui testigo.

También fui testigo de la construcción del edificio de Obispo Trejo y Bv. San Juan, donde abajo después funcionó por años el bar «Carlos V» y ahora creo que es una casa de revelados fotográficos. Nunca supe porque le habían puesto ese nombre pero era un bar muy bonito y había una mesa detrás de una columna que era la más solicitada por los que querían chamuyar a una mina. Cuando ese edifico estaba en construción, en aquellos años revoltosos, sucedía algo gracioso: en cada revuelta los obreros sacaban los ladrillos, las bolsas de portland y un tambor mezclador a la calle. Venía el Ejército y volvía a poner todo dentro de la obra. Apenas se iba el Ejército los revoltosos volvían a sacar todo afuera, entorpeciendo el tránsito. Yo recuerdo haber pensado en lo agitado del destino de aquél tambor mezclador: hoy haciendo mezcla, mañana en la calle, de vuelta a la obra y a las pocas horas de vuelta en la calle.

La cuestión es que durante El Viborazo, cuando ya la cosa parecía haberse calmado un poco, salimos con mi hermano para dar un vuelta y ver qué estaba pasando. No me pregunten cómo  conseguimos autorización pero la conseguimos. Así que fuimos hasta la sede de la CGT, que estaba en la calle Velez Sarsfield, a dos cuadras y media de la casa de mi abuela. Ahí vimos restos de una barricada todavía humeante, algunas vidrieras rotas de los comercios, uno que otro policía y gente caminando apresurada. Bajamos unos metros y justo en la esquina de Velez Sarsfield y 27 de Abril había una casa de quiniela y quiosco que tenía su vidriera hecha añicos. En aquella época todavía no se habían inventado las mallas protectoras de las vidrieras, que si bien no impiden que te destrocen el vidrio al menos impide que te afanen todo.

La cuestión es que en esta quiniela con sus vidrios rotos estaban todas las ofertas que ahí ofrecían: mazos de naipes, encendedores, algunas petacas de wisky, pipas, tabacos… y una perinola. Yo tenía, como dije, nueve años y todavía no fumaba y mucho menos bebía. ¡Pero una perinola! Y estaba ahí, en su paño de gamuza negra, sólo tenía que extender la mano y agarrarla. Y eso fue lo que hice. Pero mi hermano Pablo, tres años mayor y que ya apuntaba para el dirigente revolucionario que fue, me hizo devolverla al estante. Para él eso era un robo, un saqueo inadmisible en un militante popular. Yo me cagaba en esas cosas, yo quería mi perinola y a quién le iba a importar que me la llevara. ¡La Ciudad estaba en llamas y mi hermano se preocupaba por una perinola!

Devolví la puta perinola y volvimos a la casa de la abuela Lila.

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