por Mario Rivas
Me producen asombro los progres que se ponen contentos porque el FMI pueda sacarle «tarjeta roja» a la Argentina. Como si el FMI tuviera alguna autoridad para recetar concejos en ningún lugar del mundo y mucho menos en nuestro país.
El episodio de la «tarjeta roja» no es menor y ya tuvo su digna y contundente respuesta por parte de nuestra Presidenta: “Mi país no es un cuadro de fútbol, es una nación soberana”, dijo Cristina desde el estrado de la ONU. (Ver aquí).
Y leemos hoy a Mario Wainfeld que nos recuerda de manera precisa y con un toque de humor la diferencia del actual estado de cosas con un pasado no muy lejano: «En esa época (los ’90), que algunos describen como formidable, el FMI tenía su oficina local en el Banco Central, ese que se proclamaba autónomo. Un bruto símbolo, si se lo quiere ver. Los dueños jugaban de local, en el séptimo piso del señorial edificio de la calle Reconquista. No era una gran oficina, acaso tuviera dos ambientes si el cronista recuerda bien, pero estaba enclavada ahí, exactamente en el lugar que no debía ocupar. A nadie se le ocurría cobrarles alquiler o cosa parecida, ni tematizar la cuestión. Hay momentos de la historia (como los acontece en las vidas particulares) en que se naturalizan conductas asombrosas, confesiones palpables, sometimientos absurdos».