
«Le gusta decir que todos empezamos en el periodismo con o por él. Jamás perdería el tiempo en discutírselo. En cambio, sí me gustaría que sepa –si no lo sabe aún–, que tuvo mucho que ver con mi alejamiento de la profesión», plantea en esta nota Gabriela Cerruti.
«Durante el último año, amigos, colegas, gente en la calle, me han preguntado reiteradamente «¿Qué le pasó a Lanata? ¿Por qué cambió tanto?» Lamento desilusionarlos. Jorge Lanata no cambió nada. Siempre corrió detrás del dinero, las aventuras fáciles y la fama. Hoy, solamente, consiguió que eso se lo diera el grupo Magnetto y se convirtió así en su rehén. Un rehén inescrupuloso, que hace los deberes hasta la sobreactuación.
Ese Página/12 que él dice haber fundado, era un colectivo en el que nos cruzábamos en los pasillos con Juan Gelman, Horacio Verbitsky, Eduardo Galeano, José María Pasquini Durán, Tomás Eloy Martínez, Osvaldo Soriano, Miguel Briante…tantos más. Fue una escuela de periodismo para mi generación y agradezco la posibilidad de haber podido pertenecer y contribuir.
Pero él no compartía ese periodismo. Por eso se fue.
Nos decía que había que aprender de Bernardo Neustadt si no queríamos quedarnos escribiendo en un diario que sólo leyeran los amigos.
Él quería fama, y se fue a hacer un programa de televisión en el que, mientras se derrumbaba la convertibilidad y el país llegaba al 50% de pobreza extrema, se preocupaban por el profesor de tenis de Graciela Fernández Meijide y si los hijos del presidente comían sushi o tenían nuevas novias. Lo rodeaba un gran equipo periodístico, eximios y honestos investigadores, y eso, una vez más, lo salvaba de quedar tan en evidencia.
El eje de ese periodismo es la banalización de la política; la construcción mediática de la antipolítica no como instrumento de cambio sino sencillamente como fórmula desestabilizadora de los gobiernos elegidos democráticamente. No importa si es desde el Maipo, la casa de Magnetto o el aeropuerto de Caracas: lo que importa es banalizar todo, igualar lo frívolo con lo profundo, indignarse por una cartera como si estuviéramos debatiendo la deuda externa. Según él, había que convencer a María Julia Alsogaray para que viniera a la fiesta de los tres años de Página/12 en el Hotel Alvear porque nos daba glamour y nos ayudaba a vender en Barrio Norte. ¿Qué importaba si mientras tanto entregaba la telefonía nacional? Era un personaje simpático. ¿A quién le importa que Cristina haya estatizado YPF? Lo que importa es cuánto cuesta la suite presidencial del hotel de Nueva York.
A veces, se cruzan límites. Pocas veces como hace unos meses, cuando por no ser invitado a una fiesta él dijo que estaba «desaparecido». Y como todo es un camino de ida en la vida de ciertos personajes, ahora los episodios en el aeropuerto de Caracas son sobredimensionados al punto de compararlos con un secuestro y 30 mil desaparecidos. No importa que a los desaparecidos los desaparecieron. No importa que los secuestraron, los torturaron, parieron en campos de concentración, les apropiaron los hijos, los tiraron al río. «Estuvimos secuestrados en un pozo», dice Lanata. Y la memoria de los chicos de la Noche de los Lápices secuestrados en el Pozo de Banfield clama por decencia y respeto. O vaga por ahí, llena de vergüenza ajena.
Decir mentiras, fabular, insultar, sin derecho a réplica. Los herederos de la escuela del «nunca dejes que la realidad te arruine una buena nota», que curiosamente conviven en el mediodía de radio Mitre. Es una ideología periodística. Por eso se desmoronan cuando alguien, sencillamente, les dice «No les creo. ¿Por qué debería creerles, si mienten siempre?» Hacen del periodismo una religión, una cuestión de fe: jamás una prueba, un documento. Hay que creerle porque es él, y grita más fuerte.
Por eso le resulta inaceptable algo tan sencillo como «Sabés qué, no te creo». Nada más que eso. Porque se precipita el castillo de naipes armado en base a fábulas.
Esta falta de escrúpulos es mano de obra barata para el grupo que lo utiliza como uno de sus instrumentos en su afán por seguir controlando el sistema de comunicación en la Argentina. Ya que no pueden inventar un candidato, como en otras épocas. Prefieren entonces sencillamente apostar a minar el sistema democrático. Desde allí se cuestiona no solamente un proyecto político en el país sino un clima de época en toda Latinoamérica.
No es toda su responsabilidad. Él es sólo parte del engranaje. Lleva adelante un proyecto individual y cada uno con su vida hace lo que quiere.
Yo elijo formar parte de un proyecto colectivo. Sentirme parte de una comunidad transformadora, alegrarme y penar con muchos, con iguales, con otros que sueñan los mismos sueños que hoy se hacen realidad.
Por eso, porque cada uno con su vida hace lo que quiere, y yo soy parte de un proyecto colectivo transformador, cuando en medio de la alegría por el triunfo del proyecto popular en Venezuela se intenta tapar el cielo con las manos, tengo derecho a decir, por lo menos: «¿Sabés qué pasa? Yo a vos no te creo nada.»
(Leer completa la nota de Gabriela Cerruti haciendo click acá)
es como rara la nota, hasta me parece que no tiene mucha logica, no se si es un reclamo o simplemente una opinion, diria que hasta hace lo mismo en este nota que lo que le reclama al periodista, pareciera que el ejemplo que pone de Maria julia lo tomaron de forma literal y no como una simple ironia, tampoco se cual es la parte que no le cree, tambien ´puede ser que al ser solo un fragmento de la nota completa el mismo no este bien hecho, no se, no lo entendi, y la verdad no me gusto……..
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