
«Las medidas adoptadas por un gobierno democrático en protección de los más vulnerables o del conjunto, son vividas como dictatoriales por quienes prosperaron gracias a las más sanguinarias dictaduras», plantea en esta nota Horacio Verbitsky.
«El profesor de historia económica de la Universidad Nacional de Buenos Aires Ricardo Aronskind se preguntó qué ocurriría si las consignas de los carteles y las propuestas de economistas, medios de comunicación y empresarios de la derecha aborigen se convirtiera en realidad. De aplicarse ese programa implícito se aceleraría la fuga de capitales originados en la evasión impositiva, la especulación cambiaria volvería a ser la actividad económica principal. Sucedería otra megadevaluación, con aumento generalizado de precios, vertical caída de salarios, consecuente contracción de la demanda, quiebra de pequeñas empresas y desempleo generalizado. Para mantener el consumo suntuario de los indignados, se agotarían las reservas del Banco Central y se reiniciaría el ciclo del endeudamiento externo, luego de capitular ante los fondos buitre y el FMI y saldar las cuentas con el Club de París. Disminuidos o eliminados las retenciones, los impuestos a las ganancias, el cheque, la renta presunta, los bienes personales y la propiedad inmobiliaria, la inevitable reducción del gasto público generaría más recesión y desempleo, con lo cual disminuirían o desaparecerían las presiones salariales. El corte drástico de subsidios a la energía y el transporte, la reducción de los planes de obras públicas, el congelamiento de la Asignación Universal por Hijo y las jubilaciones y el despido de personal del Estado incrementarían la pobreza, la indigencia, la conflictividad social, la violencia y el gasto en seguridad privada. Sin crédito a la producción y el consumo y contenida la expansión monetaria, el aumento de la tasa de interés dejaría sin financiamiento a la producción y el comercio. Caerían las ventas y la actividad económica. El allanamiento a los reclamos de los acreedores del país derivaría en corridas cambiarias y bancarias, con colapso de la actividad económica y cierre de bancos. La firma de “tratados de libre comercio unilateral” con Estados Unidos, la Unión Europea y China llevaría a la desaparición de la industria nacional y a una desocupación estructural del 30 por ciento, con flexibilización laboral extrema para el resto. Si el gobierno desmantelara los organismos de regulación y control, eliminara la restricción a la compra de tierras y la remisión de utilidades por parte de extranjeros, se produciría un incremento exponencial del lavado de dinero proveniente de actividades criminales, habría un gran aflujo de capital especulativo, que financiaría la formación de activos externos y las remesas de las multinacionales. Aronskind no se priva de una tenue ironía; también habría buenas noticias: las firmas multinacionales invertirían en recursos naturales, que se exportarían en bruto, en los shoppings se conseguiría de todo y la Fragata Libertad retornaría triunfal».
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