Una publicación efímera, como todo

El vuelo del murciélago

In Opinión, por Caty Giménez on 31 diciembre, 2012 at 9:22

vampirita

por Caty Giménez

La Historia se caracteriza por buscar héroes y antihéroes. La medida del
arquetipo, diría Jung y la necesidad de tener un modelo desde el cual podamos zafar de nuestras básicas categorías humanas, aquellos que aún creen que así venimos al mundo y así nos vamos.

Y, como corresponde también, están los que te bajan al héroe elegido de
un hondazo. Paréntesis. Las mujeres de esto sabemos lungo, doy ejemplo.
Una dice “Oh! Qué bombonazo es….” Y el hombre que tenemos al lado nos
retruca, «Es gay…» ¡Como si nos importara! Ni que al lado tuvíesemos a George Clonney…”Es gay”, se escucha al fondo. Ahhhhh, bueno, ni que fueses…lo dejo ahí porque va a seguir defenestrando a todos.

La búsqueda me llevó a elegir un modelito for export que resultase lo
suficientemente útil, con un mínimo de falla y que por otro lado privilegiase las
cualidades que me faltaban.

No fue fácil, debo decirlo porque siempre faltan cinco pal peso. Pero vino el
libro de autoayuda a mi rescate y me dijo que puedo ir de uno a otro sin sufrir
mutaciones indeseadas en el ADN. Y ya con esta tranquilidad me tire a la pileta
de los arquetipos (que de esto estoy hablando, lo digo por el objeto directo
tácito de la oración anterior que no puse) sin pánico y confiada en encontrar lo
que me hacía falta.

Cuando chica me fasciné con la cólera de Demeter, así que recorrí gran
parte de mi historia adolescente dejando el campo orégano buscando a mi
Perséfone, que en este caso no era una hija si no a mí misma. Infructuosa
labor teniendo en cuenta que veníamos con la vacuna de la “media naranja”
desde el útero que decía que sólo nos completamos con otro.

No sé cómo resulta en el caso de la otra mitad del universo, pero esto retrasó
el encuentro con el UNO mismo durante varios años. Sobre todo porque uno es
UNA, y viene con la carga mítica del pecado y la curiosidad y el por mi culpa,
mi culpa. mi grandísima culpa.

Y ahí viene enredada en las lanas Penélope, la pobre Pandora encogiendo
los hombros mientras aferra la caja para que no se le salte la cadena a su
inmaduro esposo que se fijo en ella porque era absolutamente hermosa pese a
la recomendación de Prometeo. Epimeteo pensó con la otra parte que suelen pensar algunos. Es decir, la de las emociones. Y anonadado por los dones que resaltaban en esa pobre chica aderezada como trampa mortal no controló lo demás. Y tampoco le dejó claritas las consignas. Ya se sabe, si no querés que una chica abra la caja que contiene el peligro se lo decís de una. “Mirá, Pandora, no habrás la cajita de Zeus porque nos vamos a ir todo al carajo. Vos la primera porque con el equipo de prensa que tiene el Olimpo te la arruinás para todo el viaje, ok?”.

Dicho así, los males se hubiesen quedado donde tenían que quedarse y Zeus
mascando la rabia como viejo irritable y tendencioso que es.

Tanto trabajo que se han tomado las deidades por cercar el conocimiento,
por alejarlo de los hombres con cuentos de niños. Claro que no contaban
con esa otra mitad de la creación que dice ver para creer. Que es curiosa por
naturaleza, porque debe traer en su memoria genética la chispa divina al ciento
por ciento. Hablo de la mujer, Desencadenadora de todos los males, Pecadora,
Infiel.

Ahí va Eva, derechito al árbol del Bien y del Mal, de la fruta prohibida, que
tiene la serpiente enroscada en su tronco. Ella conoce a la viborita desde
siempre. Se miran a los ojos y saben que las dos van a caer en desgracia muy
pronto, porque nuevamente el agente de prensa susurrará al oído de la deidad
suprema que esas dos son peligrosas porque PIENSAN por sí mismas.

A esta altura de los acontecimientos una empieza a pensar que sería bastante
sano alejarse de los árboles. Sacando el de Newton que le tiró una manzana
y revolucionó al mundo (claaaaro, Newton es hombre, la prensa funcionó
diferente) los árboles cumplen misiones trascendentales en los mitos. NO de
vicio. Tolkien les dio a los Ents un papel en su saga de El Señor de los Anillos, él conocía de mitos de acá a la China.

En el Pop Wuj, Ixquic queda preñada de Hunaphu e Ixbalanqué al tocar el árbol donde pende la cabeza de Hun Hunaphu, castigado por los dioses. Tampoco será bien vista, y la pobre chica expulsada del paraíso vagará por la tierra hasta despreciada por su suegra.

Paréntesis. Si los dioses sabían que las chicas somos curiosas, ¿para que nos
sacaron de las costillas, las espumas del mar, el sueño de alguno, la venganza
de otros? A alguien había que echarle la culpa y un adorable ser con curvas
es útil porque viene con la suficiente dosis de belleza y sensibilidad de la que
carece su primer criatura.

Pero y para ser justas en el relato y atenta a la verdad, Odín colgó de un árbol,
boca abajo durante nueve días y nos dejó como legado entre otras cosas las
runas como oráculo.

Volvamos al principio.

Cuando chica a mi me fascinaron las chicas malas, que si uno se fijaba bien no
eran tan malas sino que, nuevamente, venían con mala prensa porque de esta
forma se resaltaba al héroe. Gatúbela no es mala, sólo es un chivo expiatorio
que deberá buscar por el resto de su vida un lugar en la historia que el mal le
arrebató convirtiéndola en gato. Al lado de la astucia y picardía de la chica gato el arquetipo de Batichica es totalmente anodino. La Bardot les ganó a todos porque demostró que era más que una rubia bellísima y un 8.3 en la cabeza, se alejó de los patanes y se dedicó a ser ella misma de la puerta para adentro.
Pienso en la Sarli. La mujer fatal come hombre del siglo pasado es ahora un
ícono de la sensualidad erótica y sus películas con son de culto. Bebé de
pecho al lado de las rutilantes y mediáticas chicas Tinelli.

Y como estamos de vacaciones termino con un cuento que tiene mucho que
ver con los mitos que nos enredan el alma a hombres y mujeres como se le
anudaban a Penélope.

Le temblaban las manos cuando lo acariciaba. Y le temblaba el alma cuando
él le hablaba.
Sus ojos le habían conmovido desde siempre, aunque le anunciaban la aridez
estéril de su amor.
Y nada fue como lo había soñado.
Al poco tiempo quedó expuesta, como tierra desvastada. Seca como los ojos
del otro, agrietada como el surco sin siembra.
Al atardecer se quedaba mirando a la distancia, diluyendo sueños. Hasta que
una voz secreta empezó a susurrarle en las entrañas los cuentos viejos de su
pueblo. Comenzó a recordar palabra por palabra de dónde venía y por qué
estaba allí.
Y comprendió, ya sin resignación, que el camino la llamaba.
Cuando la noche se durmió en el arroyo, dejó tras de sí la puerta abierta y sin
otra cosa que la pasión por vivir, cruzó el campo.
A él no le importó su ausencia. O sí. Quién podía saber lo que en realidad
pensaba.
Pero una mañana se dio cuenta de que el mantel tendido sobre la mesa había
quedado sin las huellas de sus manos, que las sábanas se escurrrían de su
cuerpo, que estaba vacío de perfumes y suspiros.
Y salió a buscarla, primero por enojo, herido orgullo y después tal vez porque
la quiso.
 
Llegó al pueblo vecino y escuchó sobre una mujer extraña que había llegado
por la noche con su magia.
-Quién es?- preguntó.
– No lo sabemos- fue la respuesta- Pero antes de marcharse nos dejó sus
canciones para curar el alma.
– No es mi mujer. Mi mujer no sabe cantar.
En la aldea del otro lado del río escuchó de una mujer que curaba con sus
manos.
– Quién es?- preguntó de nuevo.
– Ah! No sabemos. Pero nos dejó sus caricias para calmar el dolor de
nuestros hijos.

– No es mi mujer. A mi mujer se le perdieron las caricias en el invierno.
 
Más allá escuchó de una mujer que cuando bailaba, se fundían los cuerpos en
pasiones renovadas.
-No, ésa no es mi mujer. Ella no sabe bailar.
 
Y así, a medida que recorría los caminos y los pueblos y los valles, un amor
intenso por la desconocida nació en su alma. Y le devoraba el cuerpo en los
sueños.
Escuchó de cómo tejía mantas con hilos invisibles que inventaban laberintos.
Escuchó sobre cómo amaba con dulzura y fuego de universos recién creados.
Historias que decían que sus cabellos pintaban mundos nuevos y que los que
se animaban a entrar en ellos, regresaban con la felicidad tatuada en los
labios y que entonces esos besos se multiplicaban hasta el infinito.
Y que los manteles y las sábanas, los perfumes y los suspiros colgaban de las
casas en las que ella había dormido, como bendiciones de nuevas simientes.
Y una noche el hombre lloró amargamente, porque entendió que la había
perdido para siempre. Subió hacia los Linderos y n se supo más de él.
Y aún ahora se puede escuchar su llanto en las montañas, cuando llega el
deshielo y en el valle cuando el arroyo lo moja.

No se aceptan insultos de ninguna clase. Si querés dejar tu opinión hacelo con altura y respeto. Gracias.

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