
«Habrá que ver qué ocurre en el futuro inminente, pero lo cierto es que “las condiciones objetivas” para jugadas destituyentes han menguado», plantea Mario Wainfeld en esta nota. (foto Archivo/Télam)
» (…) Una virtud del Gobierno es pulsear con los poderes fácticos. Su defensa acendrada de las retenciones es un bastión. La pugna con los silobolsistas le hace favor si se la coteja con la sumisión de otros gobiernos surgidos del voto popular. Todo eso dicho, siempre es oportuno indagarse por qué un país que creció exponencialmente es tan vulnerable a una especulación que, acaso, llegue a 4000 millones de dólares. Es un bruto número, más vale, pero no tan impactante si se lo compara con la magnitud del Producto Bruto Interno (PBI). Ese poder concentrado comprueba una falla del sistema económico.
Hay un núcleo duro que no se terminó de revertir. La industria genera empleo, nutre al mercado interno, activa. Pero la sustitución de importaciones es muy imperfecta, el sector industrial es muy demandante de importaciones. La tajada mayor de las divisas la provee “el campo” cuyo poder de veto y de presión crece en consecuencia. No hay conspiración en esto, sino una lógica sistémica: los sectores productivos más ligados al crecimiento de los sectores populares absorben divisas. Ahora mismo, la industria mayormente ensambladora de Tierra del Fuego, la automotriz y la actividad energética (pilares de la etapa y de su prosperidad relativa), son grandes generadoras de déficit de la balanza comercial.
Esos aspectos estructurales seguramente no se podrán superar en el corto lapso que resta del mandato de la presidenta Cristina pero sí podría haber cambios de direccionalidad o de instrumentos para aliviar la dificultad. Mirarse en el espejo es parte de la solución, máxime si se perciben los límites y las fallas.
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Todos y todas: El país transita su peor crisis desde hace muchos años. El Gobierno atraviesa su peor trance desde el 2008-2009.
Responde al reto con medidas ajenas a su ideario tradicional, las contrapesa con las más cercanas a sus convicciones.
Celoso defensor de los intereses mayoritarios, mejoró la vida y el patrimonio de muchos argentinos, de variados segmentos sociales. También amplió su esfera de derechos sociales, laborales, humanos e individuales. Consumó un reformismo intenso y constante Los representó bien y por eso fue revalidado con altas cifras de participación y adhesión en dos ocasiones.
Si se recorre bien su saga, se puede notar que a veces convenció a quienes representa con ahínco y que en otras no pudo o no supo. Poner toda la responsabilidad del “ruido” en los ciudadanos es un criterio inadmisible, autocomplaciente, máxime en una fuerza de raíz peronista.
A partir del urnazo de 2011, el oficialismo tendió a emblocarse en su base irreductible, ese envidiable e insuficiente tercio del electorado. Fue un error, que pagó en las elecciones. Sería penoso repetirlo ahora, cuando precisa (y reclama) apoyo activo.
Saber sumar, aun desde la palabra, integra el plexo de tareas urgentes.
Comprometerse con las necesidades y derechos de la mayoría de los argentinos es un blasón. Persuadirlos al respecto, un imperativo tan acuciante y seguramente no menos complejo que “clavar” la cotización del dólar».
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