Una publicación efímera, como todo

«Los correntinos, como los viejos guaraníes, somos inocentes y porfiados»

In Opinión, por Patricio Pérez on 3 abril, 2014 at 22:41

Escudo corrientes

por Patricio Pérez

Los cumpleaños son una cosa rara.

Si el evento es de un amigo, la cosa es fácil: Facebook te lo recuerda a la mañana, justo a tiempo para que organices unos mates; si la cosa evoluciona correctamente, te vas a tener que calzar el bonete y la vincha corbata estés enculado o de buen humor.

Si el evento es de un conocido, la cosa es todavía más fácil: basta tener los dedos calentitos para un saludo automático.

Si el evento es propio, agarrate catalina. Todo el mundo, por 24 horas, tiene el puto oficio de recordarte que el almanaque te está homenajeando.

 

Todos los años, por deporte, me encargo un racconto de mi vida. Los hechos se amontonan como en una película de quinceañera.

Al principio, la época de los pañales cagados, tan feliz y tan fugaz. Cuando fui hasta lo de mi abuela para decirle que había aprendido a contar hasta 30. El primer día de clases: el olor a madera de los lápices, las caras nuevas, la traumática experiencia de mamá yéndose. La primera vez que tomé un colectivo. La primera vez que me enamoré en un colectivo. La primera vez que me equivoqué de colectivo y me comí un julepe de primera; la primera vez que me bajé de un colectivo con ojos de turista, recién llegado de Córdoba, y dije «qué jodido es extrañar Corrientes».

 

Hoy es el cumpleaños de Corrientes. Las cosas se complican más cuando hablamos de una ciudad: a ella nadie la saluda, porque nadie sabe cómo. El único homenaje fiel que podemos ofrecer a una ciudad tan linda, es un modesto homenaje escrito.

No tengo otra forma, ni me interesa, que escribir para reactivar palmo a palmo el recuerdo de sus ochavas.

 

Siempre me imagino a Corrientes un ratito antes de su fundación.

Me cuesta creer que un tipo decidió un día poner allí una ciudad, pero aparentemente esto es cierto. Según los anales de la historia, un tal Juan Torres posó sus masculinas botas sobre un cascote fundacional un 3 de abril soleado. De ahí, fue señalando uno por uno pedacitos del campo a su comitiva. Allá vamos a poner la Casa de Gobierno, lo de ahí vamos a destinarlo al shopping, plántense unas lindas palmeras porque nadie necesita sombra y más acá, Dios mediante, Patricio va a dar su primer beso.

Mientras tanto, alrededor del prado virgen, los indios mascaban lentamente la palabra «taragüí».

«Taragüí» significa literalmente «el pueblo de allá». Es la palabra que los guaraníes usaban para describir a una ciudad que nació de un repollo y no era suya.

Hoy, cuando entrás en la provincia de Corrientes, tenés un cartel junto a la ruta que dice «Bienvenidos al Taragüí». Me enorgullece que exista un cartel tan ambiguo como «bienvenidos a la tierra de allá». El turista desprevenido (que menos mal non parla guaraní) pensaría «¿tierra de allá? ¿a dónde carajo estoy llegando?»; la duda se disipa pronto. Juan Torres, romántico, previsor y corajudo, ya imaginó el carnaval, el dorado, el estero, la sombra del mango y los oscuros túneles: para que el porteño se ahorre sus preguntas, basta ofrecerle la encantadora fiesta provincial del chicharrón o un par de bonitos muslos emplumados de verde.

 

A Juan Torres las cosas le salieron como esperaba. Hoy Corrientes es una hermosa gema al costado de un río inagotable, que une la selva verde brasileña con otra selva, todavía más salvaje, que se llama Buenos Aires.

Juan Torres puso su bota sobre el cascote fundacional y murió algunos años después. Dejó, como si fuera un testamento, una ciudad hermosa que vale la pena conocer. Lo digo con toda la objetividad que puede tener un Ministerio de Turismo o un artesano al pie de la Virgen de Itatí, que vive hace veinte años de mates tallados y bombillas de alpaca.

 

Los correntinos, como los viejos guaraníes, somos inocentes y porfiados. Detestamos a Corrientes por deporte, pero a ver si pasamos dos meses afuera sin que nos morfen vivos.

Para nosotros, los correntinos, «la tierra de allá» está cruzando el Paraná; el «taragüí» no es más que el hogar al que uno siempre vuelve.

Flyer nuevo horario

 

 

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