“Una mañana el puerto de Santiago se llenó de ladridos. Encadenados unos a otros, rabiando y amenazando tras el bozal, tratando de morder a sus guardianes y de morderse unos a otros, lanzándose hacia las gentes asomadas a las rejas, mordiendo y volviendo a morder sin poder morder, centenares de perros eran metidos, a latigazos, en las bodegas de un velero. Y llegaban otros perros, y otros más, conducidos por mayorales de fincas, guajiros y monteros de altas botas. Ti Noel, que acababa de comprar un pargo por encargo del amo, se acercó a la rara embarcación, en la que seguían entrando mastines por docenas, contados, al paso, por un oficial francés que movía rápidamente las bolas de un ábaco.
-¿Adónde los llevan? –gritó Ti Noel a un marinero mulato que estaba desdoblando una red para cerrar una escotilla.
-¡A comer negros! –carcajeó el otro, por encima de los ladridos.”
“El reino de este mundo”, Alejo Carpentier