por Patricio Pérez
A veces, en el trabajo, cuando no hay nada que hacer sino esperar, el patrón y yo nos quedamos en silencio escuchando la radio y mirando los camiones que pasan.
El Gordo tiene setenta y pico y, como cualquier camionero de su edad, habla lo justo y necesario
sobre las pequeñas cosas que suceden alrededor. Te dice con erudición qué está cargando un
tipo, de dónde viene, hacia dónde va y si sus empleadores son unos hijos de puta. Te afirma que
no te va a recomendar a nadie, que él nunca recomienda a nadie.
Eso, cuando habla. Pero la mayoría del tiempo estamos en silencio escuchando una emisora
terrible. Yo escucho con gracia cuando sus otros empleados dicen «Gordo, cambiá por favor esa
radio de mierda». A mí me da hasta simpatía. Unos chamamés terribles tocados zapateando
sobre los acordeones, cuando no la voz de una locutora acelerada y arrasadora como un taladro
rayando la superficie de un pizarrón. Así se pasan las mañanas aburridas, una a una.
Un día estábamos en la playa de estacionamiento de un mayorista. Eran las diez y estábamos
esperando hace una hora en la cabina sin calefacción. El Gordo dormitaba tapado con una
campera polar. Yo estaba escuchando la radio con un sano temor a que la locutora decida salir al
aire.
Fue después de (lo que creo que era) un gato santiagueño que empezaron a transmitir un
recitado. Al principio, era un tipo hablando sobre un punteado de guitarra. Después, algo
realmente notable. Lo más notable que puede encontrarse en una radio financiada por un cura
evangélico que paga 100 pesos por testimonio.
Hasta el campo está cansado
y no hay cosecha que rinda
la chacra no es cosa linda
pa’ estar en ella enterrado
Yo quiero ser diputado
en vez de un pobre paisano
no cinchar como un enano
sino hacer cada vez menos
comprarme perfumes buenos
y no andar hediondo a guano.
Gastar plata a troche y moche
sin sentir la carestía
y en vez de arar todo el día
garufiar toda la noche
no andar a pie sino en coche
con distintivo en la chapa
tomar whisky en vez de grapa
es lo único que quiero
y en vez de ser un papero
poder estar con la «papa».
Vocear desde la tribuna
una sarta de simplezas
y hacer bastantes promesas
para no cumplir ninguna
amasar una fortuna
pa’ colacarla a interés
mentir un tiempo y después
tener un nuevo vehículo
y disfrutar del artículo
trescientos ochenta y tres.
Manejar pleitos y leyes
hacer algun acomodo
y tener mucho de todo
pa’ vivir como los reyes
hoy mismo vendo los bueyes
la pastera y el arado
porque soy un avivado
que sólo piensa en la plata
y por eso mismo, Tata
yo quiero ser diputado.
(Gustavo Guichón)
Qué decir. Me encantó su humor irónico cantado entre dientes.
Me encantó cómo sugiere una historia en tono de conversación. Cómo te podés figurar al gaucho
hablándole al Tata diciendo «qué estamos haciendo acá laburando de sol a sol y siendo igual de
miserables».
Me encantó que sea una pieza que podría haberse compuesto en cualquier momento, de acá a
Rivadavia, y sin embargo es tan actual que si la sociedad fuera un poco más animal (como lo
supo ser en algún momento) cantar esas estrofas le hubiera valido al juglar un tiro en la nuca,
avalado por el decreto de algún chanta, ejecutado por algún mercenario sin sentido del humor.
Lo miré una vez más al Gordo que, arriba desde las seis de la mañana, dormitaba tapado con
una campera polar. La situación era más real que National Geographic. Ahí sonaba el recitado,
emitido en una radio medio pelo y que yo escuchaba desde la cabina del camión. Las canciones
en la radio no suelen venir ilustradas, así que por las dudas lo miré al Gordo una vez más. Al
toque y sin tregua empezó a hablar la locutora.