por Mario Rivas
No me interesa andar exhibiendo mis cicatrices. Algunas apenas si se ven y para mí está muy bien que así sea: yo sé de dónde y de qué son cada una de ellas y con eso me basta.
Además, en general, la gente no tiene elementos para evaluar la importancia de una cicatriz: sólo quien la lleva sabe su verdadera dimensión.
Así las cosas, es raro que ande hablando de mis heridas. Pero Soleida pide desde su morro en La Habana Vieja que le mandemos un escrito bajo la premisa del inolvidable poema de Vallejo “El momento más grave de la vida”. Así que allá voy.
Yo no sé por qué pero cuando leí el pedido de Soleida pensé en el momento que más miedo sentí hasta ahora en mi vida. Miedo de que sí, que efectivamente se me estaba yendo la vida y no la podía retener. La cuestión es que esa mañana me dí cuenta de que la vida es algo muy frágil, muy delicada y que así como así la podés perder en un instante.
Esto que voy a contarles sucedió la mismísima mañana de Navidad del 2016. Yo en aquél momento andaba bastante jodido del tema respiratorio. Ahora mismo, al momento de escribir estas líneas, sigo bastante jodido pero mejorando y bajo tratamiento. Pero esto ya es otra historia.
Aquella mañana yo tenía que ir a lo de Rudesindo a pagar el alquiler. Hacía calor pero estaba nublado y había llovido. Así que llevaba mi camisa azul hawaina de flores, unos vaqueros y el paraguas por las dudas. Por suerte, porque habré hecho cincuenta metros que se largó a llover, fuerte, muy fuerte. Pero decidí seguir caminando. En el puente Maipú y bajo la lluvia torrencial me quedé sin aire. Y la verdad es que me asusté. El puente vacío, todo en gris, yo miraba el mural de Jorge Cuello (el de “Súper Condón Nos Salvará”) y me dije: “Si te ponés nervioso perdés”. Así que me tranquilicé y logré llegar hasta el almacén de la Gladis y el Pelado que está ahí pasando el depósito municipal. Pero estuvo duro.
Yo pensaba, mientras trataba desesperadamente de que ingresara un poco de aire a mis pulmones, en el espectáculo que estaría dando si alguien me viera desde un auto: un tipo de vaqueros, camisa floreada y paraguas negro parado en medio del puente bajo una lluvia torrencial y abriendo la boca como un pescado ahogándose, literalmente.
El episodio sí que estuvo jodido pero no dejaba de tener su costado ridículo. Creo que no querer morir de forma tan bochornosa fue lo que me salvó la vida.
17 de junio 2017-06-17
Desde La Cariñosa, Córdoba