Una publicación efímera, como todo

Córdoba: dime qué te pasa divino bombón

In Apuntes rápidos, Cultura, Opinión, por Mario Rivas on 3 mayo, 2012 at 15:53

por Mario Rivas

Al momento de escribirse estas líneas todavía no está reglamentada la Ordenanza que dispone la creación de la Fundación Instituto Municipal de Cultura. Es decir, todavía no está en vigencia la privatización de la Cultura en Córdoba.

Quizás sea una buena oportunidad para reparar cómo llegamos a este punto, al punto en que el Estado pretende desprenderse de su obligación de brindar los recursos necesarios para que la población pueda desarrollar y disfrutar de la cultura.

Voy a partir del supuesto que el lector coincidirá conmigo en que hay responsabilidades -como Educación, Salud, Cultura y Defensa, entre otras-, en que el Estado debe garantizar su prestación destinando los recursos necesarios para que esas áreas se desarrollen adecuadamente. Y esto es así porque ningún sector privado va a atender las necesidades de los sectores más desprotegidos. La experiencia vivida en nuestro país durante los años ’90 dan muestra cabal de ello.

Ahora bien, los avances del neoliberalismo con su desguace del Estado son viables  sólo si hay una sociedad que los consiente. O una sociedad amordazada: los ’90 fueron posibles porque antes existió el terror de la última dictadura militar con sus secuelas de miedo y silencio en la población.

En el caso concreto de la ciudad de Córdoba hace años que venimos asistiendo a la desidia del Estado Municipal para atender las necesidades en el área de Cultura. Desde la gestión Kammerath a esta parte, para ser más precisos.

Y los cordobeses venimos asistiendo a esta indolencia de manera más bien callada: los Centros Culturales en los barrios cordobeses dan una buena idea del deterioro en esta área y son bien pocas las voces que se levantan exigiendo su pleno funcionamiento. Cómo será la pasividad de los cordobeses que hasta soportamos mansamente que un Secretario de Cultura –el publicista Orestes Lucero– adoptara como logo de su secretaría a una banana para hacer saber claramente que en su gestión “Plata-No”. Plata no, pero tampoco recursos ni infraestructura. Sólo mega muestras organizadas por privados en el Cabildo Histórico con magníficos beneficios para quienes la “esponsoreaban”.

Así, hace décadas que los cordobeses soportamos mansamente las afrentas descaradas de funcionarios menemistas o la oscuridad conservadora y cursillista de la gestión Giacomino. En ese marco, de vaciamiento de los centros culturales y de falta de apoyo a los emprendimientos independientes, refulgía como un diamante el Centro Cultural España Córdoba con su abundancia de recursos y su estética moderna. Refulgía para los dos mil destinatarios de su oferta cultural, eso sí. Cómo será de exclusivo el funcionamiento del España-Córdoba que hasta el día de hoy es una rareza encontrar un taxista que sepa dónde se encuentra, a pesar de que está en pleno casco histórico de la ciudad.

Desde el mismo comienzo –allá por los años ’97 ó ’98 no recuerdo bien y tampoco importa demasiado esta precisión- el CCEC estuvo dirigido por Francisco Marchiaro, un jovencito sin mayores antecedentes que ser el hijo de. ¿Hijo de quién? Bueno, Marchiaro nació de los mofletes socialdemócratas de Daniel Salzano. Esas cosas ocurren, preguntelé a Rabelais si no me creen.

Daniel Salzano –popular comentarista cinematográfico, pluma costumbrista de La Voz del Interior y autor de exitosos poemas musicalizados por Jairo– justificó siempre esta decisión –en su rol de gestor del proyecto CCEC– en el hecho de que para llevar a cabo una gestión cultural de nuevo tipo hacía falta sangre joven “no contaminada” (sic).

Salzano venía de una experiencia exitosa en el área de gestión cultural privada: la recuperación del Cine-Arte El Ángel Azul, allí en Av. Colón al 250. De ahí pasó al España-Córdoba y por último impulsó la creación del Cine Club Municipal Hugo del Carril, utilizando para este último el mismo equipo que había trabajado en El Ángel Azul. Qué casualidad. Pasamos de la gestión privada a la gestión pública utilizando los recursos del Estado pero manejándolo con los mismos criterios de un patrón de estancia. El cine-arte El Ángel Azul se convirtió en El Palacio de las Novias y Salzano desarrollaba su estrategia cultural desde el CCEC y el Hugo del Carril.

Por cierto, con respecto al nombre del Cine Club Municipal, Salzano tuvo una victoria a lo  pirro. Para dicho cine-club Salzano quería el nombre de “Metrópolis” y sólo la tenaz oposición de Adán Fernández Limia –Vice-intendente de la Ciudad por aquél entonces y hombre vinculado a la cultura nacional y popular- logró que se impusiera la denominación de “Hugo del Carril” para ese centro cultural. Pero Salzano hizo una jugarreta y hasta la actualidad el logo del Cine Club Municipal conjuga la robot del filme de Fritz Lang con el nombre del cineasta y cantante argentino. Todo un logro. Es más, todavía conservo el abanico con la cara de Hugo del Carril que nos entregaron como souvenir cuando la inauguración del Cine Club Municipal. Un “detalle simpático” dirían los responsables sobre este presente.

Así que de afrentas algo sabemos quienes venimos bregando por una cultura nacional, popular y democrática en esta ciudad.

La cuestión es que tanto el CCEC como el Cine Club Municipal son manejados con criterios de estancia propia y en ningún momento abren el juego para la participación de otros actores de la cultura. Todo bien con ese criterio si no fuera por el pequeño detalle de que ambos son espacios estatales, es decir públicos.

¿A qué me refiero con “abrir el juego”? A permitir que otros hacedores de la cultura disfruten y usen la infraestructura que es de todos. Triste experiencia tuvieron los cines-clubes que intentaron funcionar en el Hugo del Carril. Pronto descubrieron que allí sólo es posible hacer algo según la visión del patroncito Daniel Salzano. En el CCEC no ocurre algo diferente.

En octubre del 2003 El Ojo con Dientes fue invitado a participar de Papel de Armar, Foro de Editoriales Autogestionadas. Tuvimos allí una participación destacada y algunos encontronazos cuando intentamos llevar ese Foro a las calles de la ciudad. Para la segunda edición ya no fuimos invitados a pesar de ser –hasta el día de hoy- una de las dos revistas de origen local con difusión nacional. No nos invitaron y ni siquiera dieron a conocer con anticipación la convocatoria a dicho evento. Pero bueno, esto es una práctica habitual del España-Córdoba: nadie sabe ni supo cómo se distribuyen los fondos llegados del otrora portentoso país ibérico; ni si hay becas o programas de intercambio. Nadie, no: unos pocos elegidos conocen esos datos y los utilizan en su beneficio. Lo que sí se sabe es que el sueldo de sus empleados así como el mantenimiento de la casa en donde funciona el CCEC sale de las arcas municipales. Pequeño detalle.

Así las cosas, y como buen socialdemócrata, en los últimos años Salzano abandona el España-Córdoba pero dejándonos el huevo de la serpiente allí. Qué digo el huevo, nos dejó una serpiente bien formada y de lo más peligrosa: Francisco “Pancho” Marchiaro.

En los últimos meses, Marchiaro –siguiendo las enseñanzas de su papá Salzano– abandona el CCEC para hacerse cargo de la Secretaría de Cultura Municipal en la actual gestión del radical Ramón Mestre. Desde allí intenta traspasar las funciones inherentes al Estado en lo que hace a la gestión cultural a las manos privadas de la ya aprobada Fundación Instituto Municipal de Cultura. Fundación que decidirá en dónde y cómo invertir en la Cultura, pero utilizando recursos e infraestructura del municipio. Si además esta Fundación se disolviera las deudas serían pagadas por la Municipalidad. Negocio redondo.

El mismo nombre de la Fundación (“Instituto Municipal de Cultura”) tiene toda la impronta de la escuela salzánica: intenta ocultar bajo la denominación de “Instituto” que es una Fundación y como tal de carácter privado.

Por supuesto que este tema no entra entre las prioridades del conjunto mayoritario de los cordobeses. Mal hacemos: la cultura es fundamental para nuestra calidad de vida como ciudadanos y hace a nuestra identidad más profunda. Si permitimos que los mercaderes se apropien de ella terminaremos siendo una ciudad sin historia y, lo  más lamentable, sin futuro.

 

 

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